lunes, 10 de agosto de 2009

juguetes y niños


¡Buen día! Los niños necesitan juguetes; pero no hay que exagerar. Dicen que un chiquito de cuatro años acompañó a su mami, embarazada, al ginecólogo. Mientras esperaban en la sala, ella suspiró largamente y oprimió un costado de su panza grande.
El nene le pregunta qué le pasa. “El hermanito que vas a tener tira pataditas”. Ante la respuesta, el hombrecito piensa unos segundos, ensaya un diagnóstico y sugiere la solución: “A lo mejor se aburre. ¿Por qué no te comes un juguete?”
El chiquito pensó que un juguete podía cumplir una función concreta, aunque absurda para nosotros los adultos. Pero los adultos multiplicamos los juguetes de los chicos, que entran en un verdadero proceso inflacionario: más tienen, menos valor les dan.
El problema no es sólo nuestro, a pesar de la malaria que padecemos. Sucede en otras latitudes. De España, por ejemplo, tengo un recorte que suma ya sus buenos años pero que pinta misma situación. Allí Pilar Cernuda, muy a la española, escribe:
“Vaya historia, cómo están los juguetes. Diez minutos ante el televisor en horario que se supone infantil son suficientes para darse cuenta de los bodrios que se ponen en circulación para que los niños jueguen, como si los niños necesitaran ese tipo de artefactos para pasárselo bien. A un bebé lo entretienes con una cuchara y un plato que haga ruido, lo sabe cualquiera, y las muñecas más sofisticadas duermen el sueño de los justos prácticamente intocadas, con las pilas fuera, mientras sus infantiles propietarias se lo pasan bárbaro con todo lo que encuentran en el armario de su madre, padre, prima o abuelos ...
Menos bromas con los niños. Menos encandilarse con juguetes atroces. Más rompecabezas, más balones, más muñecos insulsos, más construcciones, más juegos manuales, más coches que sólo andan para adelante y para atrás, más cuentos, más instrumentos musicales, más disfraces, más cocinitas y cacharritos, más soldaditos de plástico, más trenes ... y que nos dejen de gaitas con tantas pilas que mueven artefactos inverosímiles”.
¡Y olé!

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