martes, 14 de septiembre de 2010
Una aproximación al arte desde la categoría del «encuentro»
El término “arte” [del latín ars, traducción del griego tékhne] se ha usado a través de la historia para designar cosas muy diversas. Ya entre los griegos era entendido en sentido amplio como aquella forma de saber orientada al hacer, se trataba pues de “saber hacer algo bien” y aquí se incluían cosas tan diversas entre sí como la agricultura y la pintura. Sin embargo, ya desde el mismo Aristóteles se vislumbraba una clara distinción entre las artes que tenían por objeto el responder a necesidades, es decir, la utilidad; y las otras que estaban orientadas simplemente al placer y la belleza. Para el Estagirita estas últimas serían muy superiores y se acercarían más a las ciencias justamente por su carácter libre y no necesario.
Con el tiempo, el término “arte” iría restringiendo su sentido para significar la mayoría de las veces —aunque no siempre— aquel saber hacer orientado al placer y a la belleza, lo que ha venido a llamarse las “bellas artes”. Aún en este uso más restrictivo del término no hay ni asomos de acuerdo entre el sentido e implicancias de lo que es el arte. Algunos centran su esencia en la mimesis o imitación de la naturaleza; otros más bien en la plasmación pura y absoluta de la creatividad del artista sin que se deba buscar otro referente ni otra categoría de juicio más allá de esa creatividad, o, en el mejor de los casos, del contexto cultural y personal que contribuyó a su formación. En todo caso la pregunta por lo qué es el arte y cuál es su función permanece abierta; incluso su vinculación o no al placer y a la belleza han venido a ser puestas en cuestión.
Sin pretender ni por asomo solucionar en tan pocas líneas este problema, sí me gustaría proponer una aproximación al asunto desde el marco y la categoría del “encuentro”. Bien sea entendido como imitación de la naturaleza, bien como algo puramente creativo y nuevo, o bien como algo que tiene de parte y parte; parece posible decir que el arte es siempre algo que brota de una experiencia de encuentro del artista con la realidad aunque no sea más que lo que él considera su propia y exclusiva realidad interior.
Pero la categoría de “encuentro” es una categoría abierta y en el arte esto también queda manifiesto. La misma obra de arte —que como hemos visto es fruto de un encuentro—, cuando es verdaderamente una obra de arte, termina convirtiéndose —incluso más allá de la supuesta o real intención del artista— en propiciadora de nuevos encuentros. ¿Cuál si no es el sentido de que se exhiban las pinturas y esculturas en las galerías o que se ofrezcan conciertos de música o se presenten las obras de teatro o ballet?
Por eso para contemplar adecuadamente una obra de arte hay que aprender a encontrarse a través de ella con el artista que la creó y también con la experiencia que le dio origen y quizás, yendo aún más lejos —de la mano del artista y con los ojos del artista— con aquellos aspectos de la misma realidad con la que él se encontró en primer lugar y que con su arte es capaz de sacar a relucir para nosotros.
Escrito por Luis Fernando Gutiérrez Velásquez
http://www.ictys.org
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